martes, 10 de mayo de 2011

1. Trabajadoras de la 3

Por la Galle 
(desde el penal de Ezeiza)
En la cárcel de mujeres, llamada curiosamente “Correccional”, el trabajo es fundamental. Como todos sabemos, en nuestra sociedad actual, la mujer-madre es cabeza de familia. De ella depende el sustento de cada grupo familiar. Al menos el 80 % de las compañeras que están aquí son madres. El salario tiene la función de asegurar a los hijos su bienestar.
La Ley de Ejecución Penal, 24.660, dicta como obligatorio que las condenadas trabajen. Gracias a nuestra “veloz justicia”, las mujeres se pasan dos años o más procesadas a la espera de sus condenas. Así que también son parte de la totalidad de las trabajadoras.
Existen varias alternativas laborales: los talleres de producción (bolsas, encuadernación, costura, tejido, repostería), fajineras de las diversas secciones (educación, sociales, judiciales, centro médico, oficinas), recolección de los residuos o cocina central.
Hasta hace relativamente poco existía una desigualdad en el valor hora trabajado, entre procesadas y condenadas. Las primeras cobrábamos menos. Hoy en día han igualado este valor a 7,50 pesos la hora. Si trabajamos las 200 horas permitidas, nuestro salario se convierte en 1.500 pesos.
Con el pretexto de que se cuenta por horas, nos pagaban solo las horas que permanecíamos en el lugar de trabajo, efectuando los descuentos por cada movimiento que se realizaba dentro o fuera del penal. Esto provocó serias reclamaciones de toda la población y logramos que al menos las horas que acudimos a estudiar no se nos descuenten, así como cuando acudimos de comparendo ante el juez o si nos llevan a algún estudio médico extramuros.
Nosotras cobramos a través de la Entidad Cooperativa de Servicio Penitenciario Federal, en blanco, ya que debemos esperar el alta laboral del Ministerio de Trabajo, así como el número de Cuil. No entendemos muy bien en qué categoría laboral nos encontramos, si somos trabajadoras del Estado o de quién. Claro que esta confusión o falta de información sirve para que jamás se nos hayan reconocido ni las vacaciones siquiera (aunque no nos es posible ir muy lejos), para que trabajemos todo el año sin cobrarlas o que el valor hora no varíe en los días feriados. Ni qué hablar de sindicalizarnos o poder realizar reclamos y pedidos laborales.
Dentro del obsoleto “Tratamiento de resocialización” (como si de enfermas se tratara), el trabajo es el que te proporciona el puntaje de la conducta, para que luego un Juez decida si te mereces o no algún beneficio como las salidas transitorias o la libertad condicional. Todo esto es una farsa, como si al salir egresadas en libertad alguien se dignara a dar trabajo a las personas con antecedentes penales.
Así pues el trabajo forma parte de un adoctrinamiento disciplinario para con el reo. Intentan convertirnos en soldaditas efectivas para la producción, tan necesarias para el sistema económico en que vivimos. Claro, ¿para qué van a tomar en cuenta la realidad social de que los sectores más excluidos (casualmente la mayoría de los privados de su libertad) no tienen salidas laborales concretas? Eso sí, el negocio que se llevan entre manos, gracias a nuestro sudor, merece cualquier fundamento para sostenerlo. Como siempre: se cuenta con la necesidad de los menos favorecidos y generan un sometimiento laboral similar a épocas serviles. Si a esto le sumamos el sometimiento que el encierro produce, las situaciones que aquí dentro se viven son como un viaje en la máquina del tiempo.

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